Érase una vez
una ciudad muy grande, con millones de habitantes, miles de coches y edificios
y muchísimos semáforos.
Uno de ellos
se comportaba de forma rara: cada vez que se acercaba un coche el semáforo
encendía su luz roja y el coche tenía que parar. Cada vez que pasaba un camión
ocurría lo mismo. Y con las motos igual. También con los autobuses.
Una
tarde muy soleada Jaime salió a dar un paseo con su bicicleta y al pasar a su
lado el semáforo ¡encendió su luz verde!.
Todo el mundo
estaba sorprendido. No podían creérselo. Nadie sabía lo que pasaba... hasta que
Jaime lo adivinó: al semáforo no le gustan los vehículos que contaminan el
aire.
A partir de
ese día toda la gente de la ciudad se desplazaba en bicicleta y el semáforo
siempre estaba en verde.
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